Un madrileño en el Día de Andalucía

Imagino que para un madrileño es complicado entender el sentimiento que hoy he visto en muchos de los que han asistido al Pleno solemne por el Día de Andalucía, que ha tenido lugar en la Plaza de las Flores de Benagalbón. Los madrileños, por aquello de estar en la capital, supongo que siempre lo hemos tenido más fácil, aunque sólo fuera porque los mandamases del país vivían allí. Supongo que algunas de las conquistas de las que hablaban hoy los discursos de los portavoces de los partidos políticos se mueven a otra velocidad en el Foro… y, sin embargo, no es eso lo que más me impide sentir el Día de Andalucía. Discúlpenme, es una de las muchas taras que arrastro.

Las columnas de opinión, escritas o en audio, que firmo en este espacio acostumbran a ser meramente políticas; en esta ocasión, permítanme que entremezcle algo de entrañas que, en un día como hoy, creo que nunca viene mal. Jamás he sido un tipo de banderas ni de himnos, ni de patrias ni terruños… soy de gente y de día a día. No hay himno ni bandera que me haga sentir más cerca de mis vecinos y vecinas que compartir con ellos unos vinos, echarles un cable cuando veo que lo necesitan o sentirme arropado por ellos cada vez que lo necesito.

¿Significa eso que no aprecio la tierra en la que habito, mi país o, como es el caso, la región donde amanezco cada mañana? Claro que no, pero por encima de todo, lo que aprecio son sus gentes. Ni siquiera hace un año que di con mis huesos en La Cala del Moral y admito sin rubor que aquí he encontrado mucho más de lo que esperaba y, seguramente, de lo que merezco. La tierra, el clima, el mar… han aportado su granito de arena, pero sin duda alguna son mis vecinos y vecinas los que más me han aportado.

Comenzaba la columna apuntando que, no sólo venir de Madrid, sino haber nacido allí, es un obstáculo a la hora de entender toda la magnitud del sentimiento tras el Día de Andalucía -aunque tampoco lo sentí nunca en el Día de la Comunidad de Madrid-. Sin embargo, este hándicap al mismo tiempo es una ventaja. Y es que, en ocasiones, también aporta la distancia suficiente para apreciar las pequeñas cosas, esos detalles de la vida que a quienes llevan disfrutándolos desde hace tantos años les pasan desapercibidos.

En los discursos de hoy, además de autobombo, puyitas partidistas con recado, reivindicación de conquistas sociales y lamentos por las asignaturas pendientes, ha habido sentimiento. En alguno de ellos, más hacia los andaluces que hacia Andalucía y eso es muy acertado porque, a fin de cuentas y como avanzaban hoy mis queridos perrunos, ¿qué es Andalucía sin andaluces? Nada, absolutamente nada, una mancha en un mapa.

En su mano está, queridos lectores, no sólo cada 28 de febrero, sino todos los días del año, dar vida a esa mancha en el mapa. De nada sirve saberse al dedillo el himno de Andalucía, compartir tradiciones o acudir en masa a actos tan acertados como el de hoy (por su ubicación en Benagalbón y por su desarrollo), si el resto del año no dejamos de hacernos la puñeta, no cesamos de meter palos en las ruedas y, en lugar de colaborar unos con otros para mejorar lo más cercano, Rincón de la Victoria en nuestro caso, nos seguimos empeñando en ocultar nuestras carencias con los desaciertos del prójimo.

Si quieren, celebren hoy el Día de Andalucía y los otros 364 días del año -365 en 2016-, celebren el Día de los Andaluces. Seremos más felices. Igual, hasta termino aprendiendo el himno… y con unos vinos, hasta cantándolo.

Feliz día, vecinos y vecinas. Y gracias.